“CARTA ABIERTA AL HOMBRE BLANCO”

      “Habríais de saber que mi pueblo tiene por sagrado cada pedazo de esta tierra. La hoja brillante, la playa arenosa, la niebla en la oscuridad del bosque; el claro de la mitad de la arboleda y el insecto zumbante, son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. Somos un pedazo de esta tierra, estamos hechos con una parte de ella. La flor perfumada; el ciervo, el cabello, el águila majestuosa; todos son nuestros hermanos. Las rocas de las montañas, el jugo de la hierba fresca, el calor corporal del potro: todo pertenece a nuestra familia.

     Los reflejos misteriosos de las aguas claras de los lagos narran los acontecimientos de la vida de mi pueblo. El rumor sordo del agua es la voz de mi padre. A los indios nos deleita el ligero rumor del viento acariciando la cara de la aurora, y su olor tras la lluvia del mediodía, que trae la fragancia de los abetos.
  
                                  

     El hombre de piel roja es conocedor del valor inapreciable del aire, pues todas las cosas respiran su aliento: el animal, el árbol, el hombre. Si os vendiésemos las tierras, tendríais que dejarlas en paz y mantenerlas sagradas, para que fuesen un lugar donde incluso el hombre de piel blanca pudiera saborear el viento endulzado por las flores de la pradera.

   ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen, el hombre tendría que morir con gran soledad en el corazón. Pues todo lo que les sucede a los animales, pronto le sucede también al hombre. Todas las cosas están ligadas entre sí.

   Tendríais que enseñar a vuestros hijos que el suelo que pisan es la ceniza de sus abuelos. Respetarán la tierra si les decís que está llena de la vida de vuestros antepasados. Hay que hacer que vuestros hijos sepan, igual que los nuestros, que la tierra es la madre de todos. Que de cualquier mal causado a la tierra sufren sus hijos. El hombre que escupe a la tierra, se escupe a sí mismo.

     Hay una cosa de la que estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida, pues él mismo no es sino un hilo de ella. Está buscando su desgracia si osa romper esa red. El sufrimiento de la tierra se convierte a la fuerza en el sufrimiento de sus hijos. De eso estamos seguros. Todas las cosas están ligadas, como la sangre de una misma familia”



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